MARÍA Y AGUSTÍN
María, alfiler prendido, no da puntada sin hilo, indulgencia entretejida en tardes de infancia cosida. Pipas, refrescos, cortezas deshechas entre dedales, trastos amontonados, botones en delantales. Ocasos siempre acurrucados al calor de un buen brasero; el hogar a la derecha se encontraba en el tercero.
“¡Agustín, trae los cubiertos!”, él siempre presto y despierto, riega plantas y encera la madera, toca el cielo encaramado a su escalera. Prepara con esmero sus sedales, como le reza a su dios suspirando voluntades. La pena en su semblante no tiene cabida, en su rostro estalla siempre la vida. Huele a lilas y a geranios, huele a felicidad de unos años en los que la luz de vuestro puchero alimentaba mi mundo entero.