“MELQUIADES”

Melquiades, con sumo tesón, anotaba lo conquistado: cada relato vivido, cada porvenir sembrado. Campos de promesas por cosechar, procesiones, excursiones, fiestas de guardar, chistes de romería, cuentas que ajustar. Siempre con el pensamiento de “mucho querer trabajar”.

Dejaba constancia de un mundo que tallar a su medida, de mulas y de gañanes que engalanaba con maestría. Porque del campo manaba todo su imaginario, toda la inspiración que vertía en sus diarios.

De aires en días de siega que aventaban la esperanza de una infancia rasgada a jirones por hoces, horcas y aperos de labranza.

Una infancia infinita que se prolongó todos sus días, mientras surcaba en carrozas de color melancolía, un paisaje amolinado de fieltros, borlas y brocados. Un paisaje a su garganta anudado.

Ahí va Melquiades, jinete, galopando en su navaja, surcando la tierra fértil de donde brota la magia. Melquiades nunca dejó de crear y de creer, de vendimiar cada amanecer entre espuertas y tornajos, de levantar un legado minucioso y artesano, para que no cayera en el olvido el eterno poder de una mano. De su mano con candil y un destino sobre las yuntas de antaño.