«El horizonte de sucesos es una superficie imaginaria de forma esférica que rodea a un agujero negro, en la cual la velocidad de escape necesaria para alejarse del mismo coincide con la velocidad de la luz. Por ello, ninguna cosa dentro de él, incluyendo los fotones, puede escapar debido a la atracción de un campo gravitatorio extremadamente intenso».
Hace un año que las recorté, y desde entonces no han parado de viajar entre mis cosas. Atrapadas entre amasijos de hilos en el fondo de una caja, enganchadas en algún paño de tergal, en la grieta entre una mesa y la silla, volteadas, dejando ver su espalda de letras, en una maniobra de camuflaje desesperada. Algunas veces las he perdido, con la certeza de que volverían. Anoche, en la oscuridad de una frontera entre la realidad y el más allá, ese que visitamos cuando ensayamos la muerte, me acordé de que estaban haciendo malabarismos en el hilo de la máquina de coser. Pensé que el aire indolente de estas noches de un verano que agoniza se las habría llevado para siempre. Corrí a su encuentro, y allí estaban ellas, esperando mi última decisión. Porque el arte es como cualquier otra fatalidad, no hay marcha atrás una vez que haces consciente una pulsión irrevocable, una vez que te haces cargo de los pasos dados y sus consecuencias malogradas. El arte es un fragmento eterno, es un espejismo en este mundo constrictor de finitud y levedad. El oasis ubicuo en un desierto efímero que avanza bajo el lecho que es la vida.
Hoy, por fin, he decidido que este es su lugar, entre los pliegues del tiempo y el óxido de los días que nos precedieron. En la cúspide de una colina mágica inventada, de una lógica imposible, del vórtice de una tormenta, de la singularidad de un agujero negro que todo lo devora. Ellas tratan de huir de una fuerza oscura que tarde o temprano se lo tragará todo, de una sola bocanada. Pero, mientras tanto, yo las quiero vencedoras sobre su negro destino. Siguen ahí, presentes. La destrucción aún no se ha cebado con ellas. Una mujer cualquiera que sostiene la mano de una niña cualquiera. En ese gesto está contenido todo un acto de Fe, la creencia de que somos inmortales mientras alguien nos coja la mano y nos invite a seguir huyendo de la destrucción. Una mujer diminuta y su criatura, huyendo de la muerte implacable, en un intento trágico por sobrevivir a tanta oscuridad.